Por Dra. Elisa Levy Tacher
Esta es mi historia pero, por un momento, sólo imagina que eres la típica niña judía. Creciste en el seno de una familia sefaradí, fuiste a una buena escuela judía. Atendiste a una tnuá. Creciste en las colonias Condesa, Narvarte y Del Valle. Tu círculo social y familiar ha permanecido constante durante la mayor parte de tu vida.
Tus problemas familiares varían desde el divorcio de tus padres hasta tiempos económicos difíciles. Entre los años 70s y 80s en tu círculo social, era común tener éste tipo de dificultades, así que, en comparación a otros amigos, tu situación no era crítica.
Imagina que tuviste una niñez y adolescencia llena de cariño. Imagina que eras popular en la escuela. Tu temperamento era fácil y llevadero. Tenías un círculo social sólido y sobre todo en los años adolescentes, fuiste muy feliz. Tu familia, la escuela y la tnuá te proveyeron del apoyo para desarrollarte como una joven inteligente, emprendedora, sana y fuerte. Tuviste la suerte de enamorarte de jóvenes buenos y experimentaste relaciones duraderas. Después de la preparatoria, te fuiste a viajar por Europa y viviste en Israel por un año. Pudiste comparar tu estilo de vida con el de otros jóvenes procedentes de otros países y concluiste que, te había ido bien.
Imagina que tuviste la oportunidad de estudiar en una Universidad privada donde sobresaliste como estudiante y te graduaste como psicóloga. Fuiste muy afortunada de tener increíbles oportunidades para ser exitosa. O sea, la primera licenciada en psicología en la historia de la familia.
Ahora imagina que un día conoces a alguien con quien eres compatible y pasas momentos inolvidables. Sus intereses son similares. Tu deseo de estar con esta persona crece por segundos y al final de la semana, cuando haces un recuento, se han visto diario. Te sientes plena y tu vida está llena de propósito. Las semanas se convierten en meses y la verdad es inevitable. Un día, por fin lo admiten. “¡Esto no es solo una amistad, ay caray, estamos enamoradas!”
Imagina que aunque tu presente es radiante, una nube negra se asoma. Te empiezas a cuestionar. ¿Qué me pasa? ¿Cómo le voy a decir a todos? ¿Qué voy a hacer con mis sueños de ser madre? ¿Ser lesbiana es una aberración? ¿Estoy enferma? ¿Puedo alejarme de esta relación? ¿Me seguirán queriendo a pesar de que amo a esta mujer? ¿Me aceptaran a pesar de que amo a una mujer? ¿Por qué soy así?
Después del cuestionamiento, se asienta el miedo y la paranoia. Imagina que tienes pavor de perder a los que más quieres. Tienes miedo de ser excluida. Tienes miedo del futuro. Fuiste criada con ciertos valores y expectativas que ahora se derrumban.
Entonces, decides que lo mejor es terminarlo todo. Tratas de romper con esta relación que te llena de satisfacción pero, no puedes. El dolor es tan agudo. Lloras por todo y por nada. Los que te aman te extrañan pero, no puedes verles y decirles lo que vives. Te sientes sola y aquella alta estima que tenías de la persona que eras, se desploma. Te culpas de todo lo que ocurre y tu relación con la mujer que amas se ve afectada. Ambas tienen miedo, ambas se sienten solas, desconfían de la gente y se sienten sucias. Ambas se van perdiendo.
Imagina que tu personalidad radiante y llevadera cambia y te vuelves evasiva y sombría. Antes compartías tus experiencias y eras clara con la gente. Ahora, lo callas todo y decides esconderte. Aunque tu relación continúa y la fortaleza de su amor las sostiene, la opresión social es inminente. Eventualmente, esta opresión se vuelve tu nueva realidad. Siempre estas sintiendo que vives una vida esquizofrénica donde por un lado, pretendes ser la mujer judía esperada, por el otro lado, estas con esta mujer que amas pero que nunca podrás presentarle a nadie.
La vida sigue así por años. A tus 28 años muere tu papá. Más eventos sociales donde pretendes ser alguien que no eres. Recibes más deseos de “Novia que te veamos”. Te hacen preguntas. “¿Tienes novio?” Hay otros que mencionan lo obvio…“Pero llevas años sin salir con nadie”. Tú sientes que no encajas, no cabes. ¿Qué respondes?
Tus amigas se han ido casando y están teniendo hijos. Tú deseas lo mismo. Tu sueño es formar una familia. A ninguna le has dicho que eres lesbiana. La idea de perderlas es impensable. Finalmente, la opresión es tremenda y te rompes. Ya no puedes seguir así. Tus relaciones se ven afectadas profundamente y no encuentras las ganas de vivir. Imagina que el dolor te lleva a preferir no estar viva. La posibilidad de terminar con todo es muy atractiva. Piensas que de alguna manera, es lo más fácil. Planeas como hacerlo. En Cancún, visitando a un tío decides que saltar al precipicio sería tan sencillo. ¡Un brinco y ya! Pero, no puedes. No lo haces.
Imagina que, decepcionada por tu cobardía regresas a la casa de tu tío y te desmoronas. Entre sollozos le cuentas todo. Tu tío te abraza y te dice que te ama y que no importa lo que seas. Regresas a México y le cuentas todo a tu madre. Ella se impresiona pero, te dice que no importa y que te ama. Les cuentas todo a tus hermanos y te dicen que no importa y que te aman. Poco a poco les cuentas a tus amigas. Ellas te dicen que te adoran y que no importa. Todos se entristecen al oír tu historia. Muchos te cuestionan… “¿Pero por qué elijes esto?” Tú, no sabes qué contestar. No tienes las respuestas, sólo sabes lo que sientes. No tienes idea. No lo puedes explicar. Para ti, amar a otra mujer es tan natural como lo es el color de tus ojos o tu estatura. Y tal cual, no tienes el control ni para cambiar tu estatura, el color de tus ojos o lo que sientes por esta mujer.
En algún momento, tu realidad se convierte en un problema familiar. Esta situación se tiene que disimular. Esta discriminación no solo te afecta a ti. Hay que pensar en tus hermanos y sus familias. Sobre todo en tus sobrinos. Hay que lidiar con la comunidad. Tu secreto eventualmente se va compartiendo y la gente susurra tu nombre con un adjetivo calificativo que implica aberración. «Elisa la lesbiana.»
Imagina que tu comunidad, la gente con la cual creciste y amaste, es la misma gente que habla de ti despectivamente. Todo lo alcanzado en la infancia y adolescencia no es suficiente para demostrar que eres un individuo de alta calidad. Una ciudadana productiva e impecable, con valores basados en el amor y la lealtad. Entonces te das cuenta de que permanecer en la comunidad es un suicidio social. Así que, discretamente, te sales.
La oportunidad de vivir en otro país se te cruza en el camino y la tomas. Corres, huyes a otro país dejando todo atrás. Tus sobrinos, tu familia, tus amigas, tu México, tu idioma, tu cultura, y tu comunidad.
Imagina que esta típica niña judía es tu hija, tu hermana, tu prima, tu tía, tu amiga, tu madre, o tal vez, eres tú. Esa mujer judía fui yo.
Esta mujer judía no es un objeto, no es un estereotipo, no es algo perverso, no es algo prohibido. Esta mujer judía es alguien que como yo, ahora mismo está sufriendo los efectos de la opresión con la que vive. Como lo fueron mis sueños, los suyos de tener una familia tal vez estén amenazados. Como los míos, sus sueños de vivir una vida plena tal vez se estén derrumbando. Como lo soy yo, esta mujer judía es cautelosa, calculadora, siempre pensando en las consecuencias de sus acciones, temerosa, tal vez deprimida. Piensa en ella desde esta perspectiva y entonces decide. ¿Qué haces? ¿La abandonas o la amas?
Qué bueno que seas así de valiente para publicar tu historia! Seguramente somos muchas en el mundo que hoy de alguna forma u otra hemos pasado por tu situación…o lo estamos pasando ahora! Ojalá haya cada día más mujeres -judías- que se animen a ser libres, a ser ellas mismas, y amar a quien verdaderamente amen! 🙂
Estimada Jaia,
En realidad escribi este texto pensando no en mi sino en la nuevas generaciones. Yo la verdad ya hice mi vida y soy muy feliz. Tengo dos hijas y he encontrado mucha calma en la vida. Tenemos que seguir hablando y luchando por los derechos que nos merecemos. Tenemos el compromiso de ayudarnos para que en un futuro no muy lejano las cosas sean totalmente distintas para todos.
Estimada Elisa (y por extensión a todas aquellas personas que se hayan identificado de alguna manera con tu texto):
Coincido 200 por ciento. Hay que hablar, hay que «salir del closet», y lucharla, claro!! Y te felicito y admiro por la lucha que ejerciste vos en tu vida para lograr formar la familia que hoy tenés con vos…
Yo no tengo intenciones de contar ahora mi historia personal al respecto (la guardaré para cuando crea que ya vale la pena contarla…Estoy terminando una carrera en comunicación social y considero que mi historia está recién en su etapa de desarrollo, jaja). Pero sí quiero aprovechar tu respuesta para agregar que creo que en estos temas a las mujeres nos cuesta mucho más todavía que a los hombres. En la Argentina, de donde yo soy, para dar un ejemplo concreto, existe también una agrupación que busca la defensa de los derechos de los judíos y judías gays. Hace unos años tuve la suerte de asisitir a uno de los eventos de Rosh Ashaná que ellos organizaron. Parecía que alguien había establecido que era sólo para hombres, porque casi te diría que yo era la única mujer que apareció allí, y todos medio que me miraron perplejos.
Tengo varias explicaciones que me doy a mi misma de por qué esto es así. Pero creo que la primera de todas es que todavía en la comunidad judía, la búsqueda de la continuidad del pueblo -que viene claramente en forma de «mandato social»- nos ha hecho recibir y sentir la presión a nosotras más que a ellos. Y esa continuidad está basada en la «imagen de familia heterosexual» (porque está claro que antes para cualquier pueblo, era la única forma de «reproducirse»).
El imaginario colectivo de la comunidad todavía hoy no puede concebir un judaísmo que pueda ser transmitido por parejas homosexuales, por más que hoy existan otros métodos de reproducción que nos puedan llevar a las parejas gays a formar una familia como cualquier pareja heterosexual. ¡¡Imaginémonos lo lejos que estamos de esto, que hasta a algunos les cuesta poder aceptar que el judaísmo también puede ser transmitido por un padre y no sólo por la madre!!
No sé si tenemos tantas «reglas» medievales para cambiar en este siglo XXI, porque creo que algunas, por el esfuerzo de muchas y muchos, ya empezaron a modificarse desde el siglo XIX (ejemplo, todo lo que tiene que ver con el avance en la igualdad entre el hombre heterosexual y la mujer heterosexual); pero está claro que en el caso de la integración de las personas y las parejas homosexuales a la comunidad, todavía tenemos un enorme vacío. Y si la esencia de nuestro pueblo es la búsqueda de justicia en el mundo, si hay algo a lo que evidentemente le estamos fallando hoy es a nuestra propia esencia, la de nuestros principios más básicos, entre los que sin duda -si yo no estoy interpretando erróneamente nuestra tradición- está también el amor al prójimo (como a uno mismo, no? Así rezaba el versículo.)
Ojalá podamos abrir nuestros ojos alguna vez hacia «el diferente que está entre nosotros», y amarlo como queríamos que nos amen y nos respeten siendo «diferentes» afuera, en el resto de la sociedad. Ojalá podamos entender que de esta forma nuestra misión de faro para las naciones, la hemos abandonado hace mucho tiempo, jeje!
Pero como decís vos, nada es mágico. Y hay que nadar contra la corriente. Así empezó cualquier lucha por los derechos, y esta no es definitivamente la excepción a la regla.
Saludos para vos y tu familia, y también para todas aquellas mujeres y hombres, gays, bisexuales y heteros, que hoy en día están intentando hacer evolucionar a nuestras comunidades y nuestras sociedades en general.
Pd: Quiero aclarar que este texto lo repensé y corregí varias veces antes de dar el enter. Me es inevitable escribir sin la actitud consciente y activa del periodista que sabe que debe cuidar cada una de sus palabras como hijos que trae al mundo.
Pd2: Quiero aclarar que cuando digo la presión es más a nosotras que a ellos (por los hombres gays), me refiero a que justamente el judaísmo al ser transmitido por madre y no por padre, generaría, tal vez de alguna forma inconsciente, mayor responsabilidad para las mujeres que para los hombres, en estos detalles que no son para nada «menores». Y sin duda, esto también enmarcado en un contexto social más general, y no sólo judío, de sociedades patriarcales (las latinoamericanas seguramente más que las europeas), donde todavía está arraigada la idea de que una mujer «necesita» de un hombre para sobrevivir…De todas formas, no subestimo las dificultades que puedan tener los hombres gays, para la cual también recae el mandato de continuidad; pero creo que para el «empowerment» de la mujer (léase «la toma de conciencia de una situación de sometimiento con su correspondiente y lógica reacción de rebeldía»), la situación parecería que termina siendo mucho más complicada todavía. Podríamos decir en definitiva, que tenemos que vencer EL DOBLE DE PREJUICIOS!!! PERO, COMO ELISA, YO NO ME DOY POR VENCIDA, NI AÚN VENCIDA!